CHANTEIRO Y SU SANTIÑA: - DIVAGACIONES NOSTALGICAS -
CHANTEIRO Y SU SANTIÑA: DIVAGACIONES NOSTALGICAS
Rompía el pletórico oleaje mostrando la blanca y delicada espuma que lame la ribera, cuando el experto patrón de la lancha motora consiguió desembarcarnos, cerca del arenal chanteirés, sobre un enorme y áspero peñasco encima del que pudimos hacer pie, no sin ciertas dificultades. Luego, a través de un sendero de pescadores, ganamos el camino de Salgueiras donde un poco más adelante nos esperaba un taxi que previamente habíamos contratado para nuestra visita.
Ya desde el improvisado desembarcadero divisé, entre tanto paisaje quemado, la inconfundible estampa, aún bien grabada en mi memoria, de la fachada de la ermita de la Santiña mirando al mar. ¡Que decisión tan arriesgada, pero tan estética y hermosa, la de culminar este frontal principal del viejo templo gótico con un campanario barroco! Y, tambien, mirando hacia la ribera, un poco más allá de donde habíamos desembarcado, pude pintar en mi imaginación, sin dificultad alguna, el viejo embarcadero de madera del que tuve cabal noticia en mi juventud. Parece, según mis referencias, que su último servicio pudo ser cuando por allí se recibían materiales y armamento para artillar la recién construida batería de costa de Salgueiras. Pero aquel artilugio que ahora concibo se remonta a muchos años atrás ya que hay constancia histórica de navíos chanteireses con tripulantes, paisanos nuestros, que comerciaban por mar, y tambien se utilizaban para este tráfico mercantil, desde aquí, los veleros inglesas que traían peregrinos, cuando emprendían su singladura de retorno.
Hoy que tan de moda vuelve a estar la peregrinación jacobea, hay que decir, para dejar una referencia a los estudiosos, que Chanteiro fue un privilegiado lugar de desembarco y desde aquí, posiblemente desde aquel muelle artesano de madera que yo me imagino ahora, arrancaba un ramal que seguía el llamado camino real. En el mas antiguo mapa de la ría de Ferrol que se conoce, el realizado por el veneciano Andrea Corso en el año 1498 ya aparece en Chanteiro un hospital templario que unos quieren localizar en el cercano convento de Montefaro pero yo prefiero verlo, ¿por qué no? al lado de la ermita fundada por O Bó, dentro de su pequeña abadía. La misma carta localiza otro hospital en la cercana parroquia de Franza y lo da, tambien, como dependiente de Montefaro.
Abordamos el taxi en aquel lugar en que antaño hubiera una fuente de fuerte caudal, de frescas y cristalinas aguas, muy amurallada en perpiaño y cuidada como corresponde a su importancia, puesto que era utilizada por las naves propias y de fuera para hacer aguada. Hogaño nada queda de aquel precioso manantial que aparece cubierto de maleza y yo pienso que más que maleza, lo que lo tapa es la desidia de los que tienen la obligación de velar por estas pequeñas cosas que tanto significan dentro del patrimonio de un pueblo.
Antes de sentarme en el auto, recreo mis fatigados ojos, que parecen recobrar vista perdida con la familiar estampa, contemplando en la cercanía el campanario de la pequeña ermita que la hora vespertina de este día de septiembre pinta de un indefinido color ocre que más bien parece oro viejo y resalta el bronce pizarroso de sus dos campanas. ¡¡Que real belleza!!
El taxi nos trasladó hasta el propio atrio tan conocido por mí. Nada mas apearnos, olores y sonidos llenaron mi ánimo y me sumieron en una profunda y temida emoción. Siempre pensé que tiene que haber un no sé que en la atmósfera de este primitivo lugar que estimula a uno y le hace sentir el suelo bajo los pies en comunión con las otras pisadas que allí fueron desde los primeros tiempos.
Percibimos unos murmullos y, acercándonos hasta la abierta puerta del templo, pudimos apreciar que unas cuantas personas hacían la novena repitiendo aquellas oraciones tan viejas y musicales que en mis tiempos aprendí de memoria. No oficiaba sacerdote ni acólito. Era una mujer quien dirigía los rezos. Y pensé yo, Virgenciña querida, que durante seis o siete siglos, todos los días del año, uno a uno y a estas mismas horas, se elevaron en tu ermita los solemnes latines de vísperas con la participación de no menos de media docena de franciscanos y de los devotos que los acompañaban. ¡Y hoy, ni un solo cura!
No entramos en la capilla ya que estaba repleta de fieles y me pareció mejor calmar mi incontenible emoción en el exterior. ¡Tiempo habría para dar gracias en la misa mayor del domingo! Paseamos sobre la fina hierba que casi no crece y vimos que la composición tallada sobre la puerta principal todavía luce aquel arreglo, improvisado con argamasa, que creo recordar procede de los años cuarenta del siglo pasado. El rosetón abierto un poco mas arriba carece de la bellísima vidriera que yo le recordaba. Es una pena y tambien lo es que la cruz flordelisada que culmina el ábside se haya roto hace unos años y continúe en tal estado. Este abandono exterior pone de manifiesto la falta de dinero o la ausencia de quien lo pida, aunque creo que lo peor del bello atrio es la reparación del murete de piedra frente a la fachada del campanario realizado de forma chapucera y con cemento. Eché de menos el primitivo muro, posiblemente menos sólido, pero cubierto de vieja vegetación a tono con este lugar sagrado. Desconozco quien debe velar por el patrimonio histórico-religioso, pero apostaría que la curia compostelana desconoce este asunto, ¿verdad, querido Doctor Cerqueiro?
Cuando la novena concluyó, con el canto de la Salve en cuyas voces pude percibir el característico tono de las personas mayores con preponderancia femenina, una vieja enlutada, que salía con prisa, nos indicó que antes de estos rezos se había oficiado la Santa Misa. Parece ser, según nos dijo, que el señor párroco de Ares que, al parecer, es el encargado de la parroquia de Cervás no dispone de mas tiempo. Y, en efecto, recordé, que en el momento en que nosotros llegamos al atrio un joven abandonaba el lugar a buen paso encaminándose a un coche particular que lo esperaba con el motor en marcha. ¡Malos tiempos para esta vieja parroquia sin su propio pastor de almas!
Los asistentes se fueron dispersando y nosotros aprovechamos para visitar el interior del templo donde me complací informando a mis acompañantes de las características del mismo. El recinto sagrado ha sufrido pocas variaciones desde mis tiempos: hay un altar de piedra, de frente como manda el canon, y tras él se levanta una pétrea columna, muy sencilla, para sostener la imagen. Hay luz eléctrica y han desaparecido los púlpitos de granito y los exvotos marineros. Luego, otra vez en el atrio, después de que aquella joven morena cerrase la puerta tras nuestro agradecimiento por la espera, intenté enseñar a mis viajeros la fuente de la Santa. Vano intento ya que la pequeña distancia a recorrer aparece cubierta de maleza. Tampoco pudimos ver, ni el lugar donde la tradición dice que se apareció la virgen y que mis paisanos tenían por sagrado, ni aquel otro, aquí mas arriba, donde de niños nos complacíamos taconeando el terreno con nuestros pies pues sonaba a hueco. Y siempre pensábamos en el tesoro escondido, seguramente encantado, aunque el único que veía al enano guardián vestido de vivos colores, era yo, y esto tengo que decirlo.
La gentil moza que se demoró con nosotros para cerrar el templo nos indicó que la fuente está allí, pero no se puede llegar a ella. En cuanto al supuesto lugar de la aparición quedó dentro de una finca privada y no es visitable. Cosas de la vida.
Por cierto que antes de que esta damita se alejase me pareció reconocer en sus bellas formas a otra jovencita de mis tiempos, allá en Pedrachá. Quizás ésta fuese descendiente de la otra, pero no quise preguntar para no abrir otros recuerdos...
Antes de subir de nuevo al taxi me fundí en un fuerte abrazo con uno de los dos árboles que quedan en el "adro" y tuve que explicar a mis sorprendidos compañeros que era lo menos que podía hacer por ellos. Al comienzo fueron cuatro y los dos que quedan están a punto de cumplir un siglo. Según me contaron hace tiempo, los cuatro iniciales fueron plantados por los niños de la escuela en la primera fiesta del árbol que se celebró en Chanteiro, que muy bien pudo ser en el año 1913. Salimos del atrio e iniciamos un recorrido a muy poca velocidad, en el que fui saboreando, como quien ve una película ya conocida, el contenido de la vieja carretera ahora asfaltada: El molino de Antonio de Coira, desaparecido. El salón "La Palmera" convertido en vivienda. La taberna de la señora Filomena y la de la señora Dolores, cerradas. El "Bar Buenavista" ¡y por Dios que la tenía!, fuera de servicio. Aquí y allá grupitos de personas regresaban de la novena, por esta carretera, y por su caminar y dirección eran de Cervás o quizás tambien de Ares y de Mugardos. Me alegró comprobar que los devotos venían de lejos y a pie, como los romeros que saben del valor de su esfuerzo.
Aprovechamos la buena media hora que todavía quedaba de luz y desde Combarro subimos a Montefaro, ya que el taxista nos indicó que podía hacerse en auto esta ruta. Subimos por Leiro arriba y no quise parar en el Monasterio puesto que no era objetivo para esta ocasión. Tal vez otro día. Me dolió comprobar que las dos tascas que tantos años estuvieron allí, al pie del cruce bajo el palio de los añosos castaños, para saciar la sed de caminantes y militares, estuviesen en ruinas y éstas cubiertas de zarzas. Fuimos directos a la cumbre de la montaña y nos detuvimos encima de la abandonada batería de Fonteseca construida sobre la antigua cima. Una de las panorámicas mas majestuosas que puedan mirarse y mas, como en este caso, al ser la puesta de sol. Permanecimos allí, mudos de emoción, hasta que el colorido disco ahogó su brasa por completo, produciendo en su agonía cambiantes colores y extraordinarios matices en las nubes. Nada dije a mis compañeros, pero pensé para mí que bien pudo ser cierto aquello que viene en Vicetto cuando dice que Bruto el Galaico y sus legionarios romanos interrumpieron su ofensiva conquistadora para admirar, desde un lugar cercano a este, como se ponía el sol en el Océano Tenebroso.
Es ya entre lusco y fusco cuando entramos en una moderna posada, cerca de Roibeiras, donde nos proponemos cenar y pasar la noche, aunque yo, antes de ir a la cama, tomo mi pluma y comienzo estas apresuradas notas de las que tengo hecho propósito, aún siendo consciente de cuanto voy a dejar en el tintero.
A la mañana siguiente, bien desayunados, nos trasladamos nuevamente a Chanteiro para estudiar el templo con más detenimiento, ya que uno de mis acompañantes es fotógrafo. La aldea despierta bajo el sol otoñal aunque echo de menos el humo de las chimeneas que, cuando niño, se multiplicaba, a esta hora, en blancas columnas que se iban perdiendo en el cielo. En el silencio de la solitaria iglesia me interesó destacar a mi amigo, el artista de la cámara, los elementos decorativos de los desgastados capiteles, minúsculas representaciones que pasan desapercibidas a los visitantes aunque vienen muy estudiadas en aquel libro de Molina Taboada. Tambien en el de Rodríguez Fraiz, dedicado al templo, aunque éste pocas bibliotecas lo poseen y ya es inutilidad el preguntar por él.
Sentados en aquel murete del atrio expliqué a mis amigos, al igual que tuve el honor de hacerlo en aquel domingo de finales de mayo de 1949 a nuestro recordado patriarca don Ramón Otero Pedrayo, -¿te acuerdas Toimil?- que cuando aquí es romería, cada lunes de pascua de Pentecostés, venían todos los pendones y cruces de las parroquias, de Ferrol para acá, a hacerle honra a la Santiña y entregarle su flor en cumplimiento de sagrado voto. Votos que los pueblos olvidan pues me informan que ya no hay "memoria histórica" nada más que para algunas y según que cosas. Pues bien, alguien debiera tomar nota de que don Ramón, que no firmó el libro de visitas pero si lo curioseó con gran complacencia, nos indicó su alegre sorpresa al ver que allí se repetían los nombres de dos devotas: Balbina y Basilisa, y con que interés nos interrogó sobre si conocíamos en la feligresía a alguna Balbanera. Tengo para mí que estos nombres tienen que estar inmortalizados en alguna de sus obras.
Había convenido con mis amigos que, una vez terminada la visita al templo, me dejarían solo en Chanteiro mientras ellos tenían que hacer no sé que en Puentedeume. Este era el momento tan esperado por mi pues, en soledad y caminando, a mi imaginación nada le cuesta pasar, en brazos de un sueño, a otros tiempos... Tiempos que ¡Ay!, nunca más serán...
Frente a la casa del Moreno me detuve unos minutos imaginarios a fumar un pito con Francisco, el ciego, que, como siempre, encontré recostado en el cómaro de enfrente. Quise seguir un camino que él tambien hizo muchas veces con su sella y me acerqué a la fuente de El Cal. Ya no hay sellas en mi aldea. Allí mojé las manos en el caño del manantial durante un buen rato y luego me senté a oír el canto de su chorro en el regato, recordando como otros castaños más viejos, altos y prietos que los de hoy, subían por la lenta ladera en alguno de cuyos claros celebrábamos aquellos "magostos" que a mi y a los que fueron jovenes conmigo tanto nos complacían. Y eso que las mozas no participaban pues tenían el suyo propio. ¡Eran otros tiempos! Y otras formas de acercamiento que serian inconcebibles para los jovenes de hoy. Me acordé de Baltasar, labriego curtido, con casa de abolengo y molino harinero allí mismo. Y luego rememoré el desaparecido Rego de Bouzoa que era el decente inicio de las pequeñas arterias fluviales que cruzan la aldea: El rego se engrosaba con las aguas de las fuentes de Pedrachá, Vigo, Xurxo y la vena de Outeiro con un último y quizá oportuno aporte de la fuente de Pedrameá. Luego estas aguas se convierten, a través de los prados del Redondo y de las Regueiras, en un regato fuerte, alegre, manso y molinero, en cuyas márgenes crece la espadaña y otras hierbas olorosas de desabrochado perfume cuyos nombres y utilidades siempre lamenté no conocer.
Por la Cachenería bajé a la Rega recogiéndome en un instante de silenciosa -casi sagrada- vibración, ante el salón de baile que ya no lo es. Mi evocación no fue a los momentos inolvidables de la danza sino a aquellas, más cercanas en el recuerdo, parrafadas en el "ambigú" donde Gelucho y yo copeábamos con dulce "mezclado". Algunas noches estaba tambien Constante sobre todo si por la tarde había ejercido su trabajo y venía plata en su bolsillo, en cuyo caso trasegábamos Tres Cepas para honrar al difunto como manda la Iglesia. Ya hablé de las dos tabernas cuando ayer pasé por allí. De la de Filomena, que en los primeros tiempos tuvo, tambien, salón de baile, se decía entonces que los vinos de Zamora que descansaban en aquella pipa de roble viejo, con el reposo se ancheaban. Manecilla sostenía que era debido a los armónicos compases del violín en el baile de los domingos, pues en las otras tabernas esto no pasaba. En la de Dolores, cuya traza aún se nota, con su balcón pintado de nuevo, pero el mismo balcón donde se subían "las músicas" para las verbenas, quisiera yo volver a estar con mi blanca cunca en la mano diestra, viendo como en ella despinta el tinto mientras por la carretera pasa cantando su repetida melodía el carro de Pitusco con su parsimoniosa pareja de vacas rubias. Pero ya no.
Aún así no pude detenerme. Viendo que no había nadie a la vista salté la reja de hierro de traza moderna que antes no estaba allí y volví a pisar, por el placer de hacerlo, la acera tantas veces recorrida. Cabe la puerta, en un gesto automático, apoyé mi mano zurda sobre la encalada pared, allí donde, aquel día, la geométrica caligrafía de Pepe "O Gordo" estaba pintando en colores azulados: "Mesón el Quita Penas". Me bastó un leve movimiento de cabeza para ver, un poco mas allá, a Moncho Manxol, Lolo de Amalia y variados ayudantes que estaban levantando el palco para la orquesta Bellas López y tambien a bastante chavalería con su alegría de fiesta que acarreaba en tropel ramas de laurel desde el cercano Soto del Payán al mando de Che de Rozas, para engalanarlo según la antigua costumbre. Un poco mas arriba, y subido a un endeble poste, estaba Ángel, trajinando con el cableado y con aquellas peculiares bombillas para que por la noche hubiese un poco de claridad en el campo de la fiesta. Fue el último año que estuve en Chanteiro y la última fiesta de la Merced en la que colaboré.
Dejo allí la Cuesta de las Viñas, donde el Convento recolectaba vinos abaciales hoy sin recuerdo si no fuese por su nombre. Caldos que, una vez elaborados en las bodegas del Monasterio, resultaban frescos y tan ligeros cual golondrina que volase al alba primaveral, así consta en viejo pergamino. Me adentro por el camino de la Fontenova -dos piedras descuidadas- para bajar por el Pereiro. No puede ser. De nuevo la maleza. Retrocedo y sigo camino en dirección a las Penas. Me detengo a admirar el bien labrado -y nunca estudiado- escudo sobre la puerta de la casa de El Parrocho y bajo hacia el Pumouro, no sin antes recordar el lugar, aquellas piedras de la cerca, donde Castro me pidió fuego una noche bajo la clara e irreal luz lunar. Yo se lo di y el lo tomó, pero luego recordé que Castro habia muerto años antes. Claro que yo no venía solo aquella noche, traía a bordo bastantes jarrillas del oloroso blanco de Castilla que habíamos trasegado en el bar Buenavista celebrando el santo de Emilio, o quizás el de Victorina.
Allá atrás queda la casa donde casó Adolfo, en la que comienza la pradería que, en continuidad, llega hasta el mismo mar deteniéndose en la arena de la playa, allí donde fue el poco recordado cementerio de vacas. Cuanto nos gustaba, a mis hermanos y a mi, pararnos en cualquier lugar de aquella húmeda pradera a escuchar el silencio de los atardeceres. La casa de Cabador y la de Esmeralda tienen en común el compartir el precioso nombre de la finca donde se levantan: pocos de mis paisanos saben que el terreno, mientras fue propiedad conventual, se llamó: Viña de Pascua. Estoy, ahora, ante la remozada casa de "Antón do Rei". Tenía pocas letras pero era un hombre cabal que sabía ver en el fondo de los corazones. Recuerdo que nos convidaba a las naranjas de su huerto cuyo dulzor, saboreado debajo de la higuera, no he vuelto a encontrar en esta fruta. Corrían otros tiempos cuando Antón le dijo en una ocasión al señor escribano de Puentedeume: "Bule vostede mais coa pluma que eu co arado".
Y que decir de aquellas "desfollas" en la casa de la familia Pena con huerto poblado de apetecibles frutales. Casa de labranza en constante pique con la vecina de Antón, por la calidad y cantidad de las cosechas y ganados. La primera casa de Chanteiro que tuvo alumbrado por gas. En una de mis más queridas fotografías todavía puedo ver al Ney al lado del "palleiro". Si hubiese tiempo, habría que hacer, cualquier día, la nómina de los canes de la aldea. Y mas arriba, el Curro, allí donde aún hoy veo encierros de toros. ¿O serian de gráciles yeguas criadas al viento de los Chás? El horno de Rozas cociendo la dorada borona que impregna con su olor dulzón hasta el comienzo de la corredoira de las Leiras. Por allí voy y me detengo ya en la Penela, ante la desaparecida casa de José Rebón, amigo polifacético que lo mismo nos deleitaba con su violín que tocando la guitarra o el acordeón. ¡Que tardes aquellas, maestro Coira!
Dejo atrás el amplio lar donde oficiaba de cantero y herrero otro de los Rebones, Manolo, y sus hijos, que creo todavía viven. Aunque para mi tengo, que de lo que mas oficiaba era de pescador por aquellas riberas desde Figueirido a Coitelada presumiendo siempre de su arte para no resbalar en las "penedas" cubiertas de algas. ¡Y que bien segaba la hierba de esas pinas riberas!, desafiando su verticalidad.
Bebo en la fuente de Outeiro, allí donde estoy invitado a fiestas por la autoridad competente el domingo y por la pina carretera llego al manantial de Xurxo donde vuelvo a beber recordando paladares ya idos. Antes pasé por las Cancelas, donde eran aquellos bailes con los que Alfredo nos obsequiaba con su "gramola". Chanteireses: ¿Habéis reparado, por ventura, que nuestra aldea comienza haciendo mención a una entrada, la Puerta del Río y terminaba con esta otra: las Cancelas? Tengo la impresión que algo muy valioso tuvo que guardar en su seno.
Y por la asfaltada corredoira, Xurxo arriba, alcanzo el barrio de Vigo, del que tengo para mi es el mas antiguo de Chanteiro. Las apretadas casas que están al frente de la del Minero, fueron posiblemente, sobre otros arcaicos cimientos, las primitivas de aquellos antepasados nuestros que abandonaron los cercanos castros. ¿Y su fuente?, ¿como es posible que ningún boticario de Ares haya realizado un análisis? Su emboque tiene algo especial y diferente aún hoy, según compruebo. Convendría averiguar con que desconocidos minerales tropiezan aquellas subterráneas aguas para adquirir este peculiar sabor. ¿Nunca reparasteis que en las casas que llevaban sus sellas allí, vivían las mas guapas mozas de la aldea?...
Y voy para Pedrachá dejando atrás los lares del Manxol y del Aviador. La casa de su hermana y la de mi amiga Luisa, y otras, dentro del compacto "rueiro" en cuya evocación ya no quiero detenerme. Tanto recuerdo comienza a lastimarme, como me temía. Aún así miro puertas y solainas buscando los ojos oscuros que no pueden estar. Y mejor que no estén para poder seguir soñando... Mis ojos lagrimean, lagrimas escarchadas, ¡Este paseo es demasiado! Con gran apuro bajo la cuesta de las Viñas y decido despedirme de las dos desaparecidas tabernas de mis más tempranos días de bebedor: El Tropezón y "O Salto das Penas".
Creo que fue en el Salto donde aprendí a beber bebiendo. El ribeiro estaba en aquel bocoy más trasero y oscuro, sobre su andamiaje de "aveneiro". Jamás otro vino me supo igual. No lo sé, pero posiblemente queda alguien con memoria: Estábamos bastantes en la tasca, aunque no puedo recordar nombres; ya era noche y habían abierto sus ojos parpadeantes los luceros. Nos pusimos a tono tomando espuelas de caña blanca que Francisco servía con voluntad; después de las espuelas salimos en tropel, caminamos apenas veinte pasos y celebramos la mayor cencerrada que nunca haya sido dada a un chanteirés. ¡Dios lo tenga en la gloria!
De El Tropezón tengo tambien otro recuerdo: Era primavera y el sol secaba los enlamados caminos, su creciente fuerza y la tibia luminosidad invita a sentarse a la sombra, a la puerta de la cantina, con la blanca taza en la mano. La estampa la rememoro nítida: Yo veo el humo de la fragua del gaitero Albino y hasta mí llegan los rítmicos sones de su martillo batiendo sobre el yunque alguna pieza artesana... Ahora que caigo, cuanto disfrutábamos allí cuando alguna mañana dominguera el gaitero ensayaba una alborada en su era. De vez en cuando oíamos a Juanito que decía, concentrado en el ritmo y en su atambor: en esta tocata redoblo...
Salgo de la taberna evitando tropezar en el pétreo tope del portalón de la cerca y subo en dirección al Cucheiro. Poco mas arriba el cansancio me hace coincidir con "Xan da Cesteira", arrimado al murete de su casa, tomando la fresca y comiendo una codia de pan de borona con tocino que cortaba encima del pan con su afilada navaja y sobre la misma lo llevaba a la boca. ¡Que parrafada nos regalamos en recuerdo de los buenos tiempos! Juan siempre tuvo un habla antigua que me sobrecogía. Cuando me marché, corredoira arriba, tengo que decirlo aunque no estoy seguro, me pareció oír su conocido grito de saludo: ¡¡Arriba España!!
Pasé por debajo de donde fueron buenos castaños en el Monteiro, con sus sabrosas castañas, hoy todo desaparecido aunque un buen observador encontrará en el alto y modelado cómaro de la corredoira, cual radiografía testimonial, las marcas resecas de las retorcidas raíces que los sostuvieron. Y volví a alcanzar las Cancelas allí donde algún desaprensivo rellenó la corredoira para ponerla al nivel de su finca y otro, mas aprovechado aún, hizo desaparecer el camino de carro que lindaba la casa de mi inolvidable Molotó. No tuve tiempo a enfadarme pues, en ese momento, mis amigos, ya de regreso, me hicieron subir al auto. Pero en Aten -Atta: padre- les rogué que se detuvieran unos minutos. Quería llenar mis ojos con la panorámica de la ría y dejar que sobre mi rostro se deslizase, una vez más, o por última vez, aquel aire rápido que siempre reina en el lugar. Allá arriba la cima del monte Faro, aquí abajo la ribera marítima y en algún punto del umbrío bosque -hoy tojo y eucalipto donde fueran castaños y recios carballos- la Fontesagrada. ¿Recuerdas Ignacio: la fuente Sagrada que siempre salía en conversación cuando caminábamos por allí y convenimos en estudiar? ¿Por que, sagrada? Sería, a lo mejor, por alguna divinidad adorada en los cercanos castros. Porque aquí es un lugar de castros como pocos. Tierra de castros y lugares con nombres tan musicales que se hacen puro verso en los labios. De la aldea son: Petorella, Agreixón, Esparaños, Pumardeira, Orxal, Avarente y tantos otros que salen de vez en cuando al revolver las viejas escrituras de difícil caligrafía en las que tanto anduvo mi admirado Paco Pego.
Todo esto escribo yo con mi vieja pluma en inaplazable ejercicio de saludo y despedida. ¿Que son cuatro o cinco días en la tierra madre, después de tanta ausencia?... Pero siempre queda algo que añadir y quiero decirlo ahora: En mis años juveniles pensé, mas de una vez, sentado ante una jarra de tinto en aquella larga mesa de pino, blanqueada por el continuo fregado con lejía, de la tasca de Dolores que luego regentó, muy bien por cierto, el señor Pitón y la señora Pepita, que podría escribir sobre Chanteiro y contar sus cosas, bien contadas, para que no se perdiesen. Casi siempre estos proyectos nacían allí, después de besar tres o cuatro veces la blanca jarra, al regreso de mis moceos en la Penela o en Pedrachá. Los moceos nunca fructificaron y mi intención de escribir sobre la querida aldea, tampoco. Probablemente ahora pague en este repentino atrevimiento de mi pluma, frágiles fragmentos de mi memoria después de tantos años, aquel accidental pecado de soberbia juvenil.
NOTA:
El autor de este imaginario relato, basado en recuerdos reales, es mi amigo chanteirés de infancia nacido como yo en 1943 : Carlos Rodríguez Cartelle.
Romayo de Chanteiro